Sus libros o citas en otros. (Foto: H. Lima Quintana; O. Bayer y Q. Llopis).

Decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Rodolfo Walsh

Viejobueno, a 40 años

“Será la acción revolucionaria más grande
de la historia de Latinoamérica”.
Roberto Mario Santucho, líder del ERP,
en su arenga en Berazategui previa a la incursión.

“En la Argentina, morirán todos los que sean necesarios para lograr la paz del país”.
Jorge Rafael Videla en la 11ª Conferencia
de Ejércitos Americanos, Montevideo, 23 de octubre de 1975.

En casas de Berazategui y Varela, se concentraron las compañías Combate de San Lorenzo, con seis rosarinos, y Decididos de Córdoba, con el sargento ‘Ernesto‘; la responsable de Comunicaciones, Silvia Schliamser y ‘La Gorda Rosa’ Zulema Attaide.
Debieron abandonarla –con sus 80 colchones– el 8 de diciembre por la caída del jefe Juan Ledesma. Habrían de ser re localizados en Ranelagh hacia el día 12. Cuatro de ellos asaltaron la armería Checchi Hnos., de Wilde y, al día siguiente, el 18, fueron desaparecidos José Oscar Pintos, responsable de Logística en la Regional Sur, y el jefe Jorge Omar Arreche, con un par de planos de las contenciones. Como reemplazo, vendrá Hugo Irurzun, desde Tucumán.
–La operación está cantada –comentaron Osvaldo Busetto y ‘Fierrito’ Juárez a Adrián Saidón, de Quilmes. No fueron oídos.
Llegaron Benjamín Fabián; ‘Luis‘; ‘Pablo‘; Alberto y otro, escindidos de Montoneros Norte.
Ya eran tantos que debieron dormir en el suelo en la casa sin muebles. Con cigarrillos negros, ahuyentaban a los mosquitos y casi todos los días comían arroz con salchichas.
Allí, nació el amor entre los sargentos ‘Teresa‘ y ‘Darío‘, quien debió pedir permiso para tener esa relación.
El Hippie, en Contrainteligencia al igual que el ‘Tata‘, debió cortarse el pelo como militar. Se le reían. Otro, tildado de ‘servicio’ (espía) en la Facultad, por ser bombero de Policía, no era sospechoso para el ERP: Jorge Horacio Moura habría de ser el primero en enfrentar las balas.
A Ranelagh fueron llevadas las escopetas ‘recuperadas’ en Wilde y 22 FAL, en viajes que hicieron Coco y El Oso, quien había armado unas granadas en potes plásticos de crema Pons, con una mecha corta metida entre el detonante y el explosivo, y le enseñó a La Negra a usar armas cortas.
Alberto y el otro montonero habrían de irse porque “no hay garantías de seguridad”.
El domingo 21, llegaron a un chalet de 37 caídas de tejas en Varela. Entre los 50 de la Compañía Juan de Olivera, estaba Carlos Viñas, responsable político de la Regional Sur. Norma Finocchiaro, embarazada de tres meses. ‘Aurora‘, Mercado, trabajadora de Alpargatas en 1971, juzgó bonachón al sonriente ‘Oso’. Ahí se repartieron dinero para, después de la acción, huir en colectivo. Algunos fueron a espiar las cercanías del cuartel desde un puesto de venta de pan dulce.
Al atardecer, en la habitación más grande de Ranelagh, 60 apiñados en el piso oyeron nada menos que a Santucho:
–Será la acción revolucionaria más grande de la historia de Latinoamérica; más grande por su envergadura que el asalto de Fidel a la Moncada. Desmoralizar a las fuerzas armadas retrasará su plan para tomar el poder. Las armas que habremos de tomar servirán para consolidar una zona liberada en Tucumán.
‘Darío’ planteó dudas respecto de la seguridad, sobre todo con las torres de agua del cuartel.
–Si hubiera la más mínima posibilidad de que fracasara, esta operación no se haría.
Respondió Santucho, ya advertido por Montoneros respecto de un infiltrado, aunque “en Capital”.
El lunes, ayunaron. Pero después de las 14, supieron, por el colimba Patora, que el cuartel estaba muy reforzado. La postergación permitiría otro engullida del inevitable arroz con salchichas.
Pero el Ejército, por su infiltrado, también supo de la postergación. Relajaron los controles.
En la casa de las 37 caídas, repartieron armas; la mayor, una ametralladora Colt de 1928.
–La armás allá. Hay que ponerle trípode y colocar las balas, de una caja, todo eso sosteniéndola. Alguien te ayudará.
‘Felipe’ Macedo se distrajo en relojear a ‘la Gringa’ Finocchiaro. No sabía que su compañero había desaparecido.
En Lomas, a las 7 del lunes 22, De Santis esperó con una mano vendada para ser reconocido. A los diez minutos, se sobresaltó con el chirriar de neumáticos de un Falcon que frenó junto a él. Cuando el chofer le explicó que le habían dado otra cita en Quilmes y que debió venir por Pasco a toda velocidad; bocinazos y con el arma fuera de la ventanilla, pensó: “Qué audaces los compañeros”. Así conoció al Oso, quien le indicó dónde hallar los autos con las armas.
Las sospechas de ‘Fierrito’, en Bosques, fueron compartidas con Irurzun, quien quedó pensativo.
Ahí, Macedo, muy jovial y risueño, mostraba la metra y el mecanismo para enfriar el caño:
–Es con agua. Un desastre; es del año del pedo. ¡Pero con esta punto 50 los vamos a hacer cagar!
El Oso entró a dejar armas y granadas. Fierrito y Busetto se despidieron:
–¡Qué mala suerte que no nos veamos más!
‘Fierrito’ (ex Ramiro) fue trasladado a Ranelagh, en días en que no hubo agua. Allí se encontró a tres con los que había combatido en Manchalá, Tucumán: ‘Juan‘ (del altiplano); ‘Domingo‘, con un hoyuelo en el mentón, y el teniente Néstor Alberto Agorio, con quien fue a compartirle al capitán ‘Miguel‘ su sospecha de que la operación estaba cantada. Attademo asintió pero calló.
El 23 al mediodía, un camión de gaseosas que venía desde Varela fue ‘recuperado’, llevado a Lomas y a Glew, donde la teniente Silvia Gatto hizo subir dos morteros y otras armas a instalar en el sudeste del cuartel.
Mientras, ante el relajamiento de las guardias en el cuartel, los 72 incursores se aplicaron la vacuna antitetánica y en los brazos se escribieron el tipo de sangre. Otros 5 fueron destinados a Sanidad; 3 iban al mando y 4 a un comando especial a cargo de Irurzun quien, rengo por una herida en Manchalá, organizó el doble anillo de contenciones. Santucho le transmitió a Urteaga, y éste a Attademo, la autorización para proceder. Mordían el anzuelo.
Benito Urteaga fue a Ranelagh:
–Compañeros: Estoy muy orgulloso de que el Batallón Urbano Gral. San Martín entre por primera vez en acción. Al tomar veinte toneladas de armamentos, le daremos un golpe muy fuerte al gobierno y a los militares…
Ahí presentó a ‘Patora’, el conscripto informante que, descubierto, debió abandonar el cuartel.
Luego, se pusieron los DNI y el dinero para viáticos en una bolsita de nylon para que, si caían a una zanja, no se mojaran, y se lo pegaron al cuerpo. Partieron hacia un motel.
Llamaron a los bomberos con falsas alarmas desde Vª Domínico a Varela; tirotearon comisarías.
Varios caños fueron puestos en Remedios de Escalada por ‘La Tana’ Cristina Zamponi, de Inteligencia del ERP.
Los de la casa de las 37 caídas robaron autos de un estacionamiento. En el apuro, olvidaron las municiones de la metra. Pararon micros (en uno de los cuales iba un policía que logró llevárselo con Aurora dentro, luego torturada y violada en Wilde). En la huida, se pasaron del Camino GB. Regresaron a cortarlo en cuatro esquinas.
Desviaron el tránsito con micros incendiados en Quilmes: Cadorna y Urquiza; los cruces del Camino con Cadorna, Lynch, 12 de Octubre, Catamarca, Montevideo; la Av. Pasco, su rotonda; tres puentes del arroyo San Francisco; los cruces de Calchaquí con Zapiola y Montevideo y los de Donato Alvarez con Lynch y Zapiola. También las rutas a La Plata. Allí, en el ataque al Regimiento 7, participó ‘El Flaco‘ que había matado al comisario Vergel.
Después de las 18, en Pasco y Caaguazú, una decena de guerrilleros (la mayoría, mujeres) cortaron el tránsito y pararon un tren sobre las vías, sobre la que pusieron bombas iguales a las de la avenida.
Desde las 18.30, sobre Zapiola y Montevideo y el arroyo San Francisco, estuvieron la Gorda Rosa más otros tres. ‘Felipe’ paró un 278 e hizo bajar al pasaje y desesperó por hacer huir al chofer, paralizado.
Al motel Molino Blanco, sobre la Av. Pasco, entraron Inesita, de 16 años, y el ‘Tata’, de 50:
–Me van a meter en cana por estupro.
Tras la broma, encañonó al conserje, mientras los compañeros tomaban el motel y dos mujeres desnudas corrían entre llantos a esconderse en una piecita del fondo. Otros guerrilleros fueron llegando hasta completar 81. No todos tenían armas. Antes de salir, ‘Darío‘ y ‘Teresa‘ se dieron un piquito. Busetto se abrazó con Yiyí y se alentaron: “A vencer o morir por la Argentina”.
A las 18.45, partieron en caravana desde el Sur mientras un camión iba hacia Donato Alvarez, por detrás del cuartel. Una docena de vehículos tomó hacia el Camino, doblaron hacia el norte entre vítores y puños en alto de quienes controlaban el cruce. En el convoy cantaban: “Por las sendas argentinas, va marchando el E-erre-pé…”.
No había mucho Viento; apenas corría algo de aire entre los ranchos de la villa.


El Camino que lleva el nombre de Gral. Belgrano, aquel que, aunque perdió casi todas las batallas por la liberación legó una dignidad incomparable de la cual la bandera es sólo el símbolo, se transformó en el equivalente al Muro de Berlín.
La batalla Este - Oeste tenía, a la derecha (visto el mapa desde el Norte), al Ejército custodio del modo de vida occidental y cristiano. Desde el Este, la izquierda cruzó el muro: A las 18.48, en un camión conducido por Moura que, con un brusco giro; chocó el portón que era cerrado por el conscripto Jorge Bufalari a quien lanzó con conmoción cerebral. Detrás, entraron nueve vehículos que se abrieron a cada lado de la Guardia Central, frente a la cual, ante zanjas y montículos, pararon a veinte metros. A la derecha, quedaron una F100 y cinco autos, con 40 combatientes. A la izquierda, un Peugeot y camionetas Chevrolet y Fiat con otros 16.



Los esperaban, desde una torre, el coronel Eduardo Abud y el mayor Roberto Barczuk. Otros oficiales corrieron a esconderse. Al frente, suboficiales Saravia, Roque Cisterna y soldados disparaban metrallas de MAG.
De entre los 40 que ingresaban, enseguida cayeron: un par de jefes; un montonero y un uruguayo. En la Fiat, el conductor quedó muerto. De la caja, al grito de Alberto (Daniel Barbate) “¡A pararse y a salir!”, saltaron varios. Cuando él iba a hacerlo, cayó hacia atrás sobre la ‘Petisa María‘.
Desde un pozo de zorro, el conscripto Manuel Ruffolo disparaba a quien se cruzara. Fue muerto.
Su matador, Osvaldo Busetto, corrió hacia la Guardia Central; como el soldado Horacio Botto, pronto alcanzado por un tiro en la axila que lo dejó tendido con el brazo inmovilizado mientras, lleno de miedo, escupía sangre.
En la Fiat,‘María’ se había quitado a Alberto de encima y comenzado a disparar. Pronto vio a su grupo casi liquidado. Oyó: “No dispares más. Andate, Petisa. Salí de acá. ¡Tenés que irte!”. Se negó a dejarlo. Disparó hasta que no lo oyó más. Bajó y vio, tendido, con un hilo de sangre al costado izquierdo del tórax, a ‘Luis’ Hugo Boca, que en un mes hubiera cumplido 18 años.

Detrás de los guerrilleros quedaron, en el Puesto de Verificación (al Norte), los soldados Daniel Benítez y Oscar Torregino que, en lugar de dispararles, subieron al techo a esconderse.
Ante ellos, de 40 guerrilleros, la mitad fue herida. Al rescate ingresó una pareja en un Citroën con sólo un revólver 22. Cargaron a Carlos Oroño y salieron a la IAPI, donde consiguieron ayuda y a un vecino que subió a guiarlos por la villa en la huida hacia Ranelagh.
El que huyó por su cuenta fue un lumpen que estaba ahí sólo por su puntería. Corrió tiroteado por los militares: en el hombro, en la nalga. Casi fue muerto por otro guerrillero a quien se lo impidió el capitán ‘Miguel‘. Ya en la villa, fue escondido por unos ancianos en un pozo ciego. Dos días.
El mismo destino de mierda habría de tocarle a Roberto Olano[U1], chofer de un grupo de contención, en cuya casa de Sourigues había estado Santucho.
Las escopetas, aunque inútiles a distancia, acertaron contra el vidrio antibalas de la garita; en la mano del soldado Jerónimo Ceballos y en José Sidras, a quien le fracturaron un brazo.
Como eran mantenidos a raya por la MAG de Cisterna, hacia él se arrastraron tres guerrilleras que, ya de pie, le arrojaron granadas. Malherido, Cisterna continuó sus ráfagas y mató a quien le arrojaba la tercera, Mónica Lafuente.
Los demás se acercaron a la Guardia. En el camino, encontraron a Botto y lo patearon para que volteara. Uno gritó: “matalo”. Otro, que lo apuntaba con la escopeta, dijo: “¡No! Es un colimba”. Y lo dejaron.
Hacia el fondo, creyeron ver en la Compañía de Servicios a un militar que arengaba a los conscriptos. ‘Darío‘ le disparó. Y ya no vieron más al cabo Ovando, que se salvó por poco.
Delante de los montículos, una granada estalló y ensordeció a los más cercanos, que avanzaron para cubrirse tras una pared. Jóvenes sin casco, en mocasines o zapatillas, algunos sangrando, avanzaban sobre terreno descubierto.
Así, a sólo tres metros, cayó Ana María Liendo. Ya no esperaría a ‘Darío‘, quien, ignorante de la caída, corrió hasta un pozo, apuntó a la torre y silenció por un momento la fuente de disparos que acababan de matar a su sargento Teresa.
Los demás llegaron a cubrirse tras la pared de la Compañía. Tiraron una granada por la ventana que hirió al soldado Roberto Fontana; atemorizó al grupo de Ovando y cesó la resistencia.
Dos bandos, a uno y otro lado de la pared, aguardaron tensos.
Entonces, apareció la avioneta.

En la Torre, por teléfono, el mayor Barczuk pidió refuerzos.
Hacia la Guardia corrió un guerrillero sin apoyo, y, de un culatazo, abrió la puerta. Escuchó a Cánepa usar la radio y corrió a silenciarlo. Pasó ante dos soldados escondidos: uno le saltó por detrás. Rodaron mientras el guerrillero disparaba y un tiro dio en el pecho de Roberto Caballero.
En ese instante de zozobra, Carlos Niessi tomó un martillo y dio en la cabeza del guerrillero. Saltó por una ventanita y se sumó a la defensa, junto a cinco presos, uno por desertor, recién liberados.

La avioneta perforó con munición trazante los techos de chapa de los galpones; las camas de hierro y esfumó los colchones de goma espuma. Cuando se acercó al Puesto en cuyo techo se escondían, los colimbas bajaron a guarecerse en unos armarios; creyeron, equivocados, que era del ERP.

En los fondos, combatían 17 guerrilleros de Logística. Llegados en un camión F350 con caja descubierta, sorprendieron a algunos colimbas que habían dudado y corrido al teléfono para llamar a los jefes que, entretenidos en la torre, no los habían visto atrás.
–¡Somos del ERP! ¡Tiren las armas; cuerpo a tierra!… ¿Dónde está el galpón 30?
Dejaron a los soldados Miguel Falcón y Germán Kasen sin rasguños y en libertad. Avanzaron mucho hasta ser descubiertos. Ante el tiroteo que se inició, saltaron a contestar el fuego. En el camión, recibieron heridas mortales el ‘Hippie‘ y el ‘Tata’ Ismael Islas, un cincuentón que alentó:
–¡Salte, compañero! Me muero. ¡A vencer o morir por la Argentina!
Fierrito (Raúl Juárez), abrazado a una tijera corta alambre, saltó y se topó con el chofer, que se quitó la camisa:
–Ate, compañero, ate.
Bajo la tetilla izquierda y a la derecha del ombligo, tenía dos agujeros sin sangre.
Ante la mirada absorta de Fierrito, el chofer lo tomó de los brazos; insistió y se dejó vendar con la camisa mientras giraba el cuerpo. Luego tomó un FAL y corrió junto a los demás. Llegó a internarse en los Depósitos. Allí morirá, Omar Juan Lorenzo Rodríguez, de 23 años.
En el avance, en fila, por detrás de los galpones, al Grupo 8 se le rompió la radio. Se dividieron: unos en busca de vehículos para expropiar las armas; otro, con Fierrito y su tijera, al sur.
Hallaron resistencia: El cabo Daniel Negri ayudó a los colimbas, a diferencia de los oficiales, escondidos en el Casino desde donde, según el soldado Torregino creyó ver, habían disparado a un conscripto. Combatirán en los fondos, dos horas.
El otro subgrupo llegó hasta el alambrado del Galpón 30, que Fierrito empezó a cortar en ‘siete’, cubierto por seis que disparaban sin protección, cuando apareció una tanqueta. Se escondieron tras otro galpón. Cuando hubo pasado, regresaron; pero reaparecía, ahora sí, para tirarles. Donde se escondían, la veían venir. Se desbandaron. ‘Pablo‘ se detuvo varias veces para, rodilla en tierra, dispararle con el FAL. Sólo a ellos perseguía.
Corrieron hacia Av. Donato Alvarez. Se toparon con una fosa a la que saltaron sin saber que medía tres metros. ‘Pablo’, recostado sobre un lateral, se vio un hueco bajo el hombro:
–¡Váyanse! Yo los aguanto. Me quedo con el FAL.
Fierrito se negó a dejarlo, mientras el carrier giraba al sur hacia un puente de madera, y tres salían. Tomó el FAL; salió; se agachó con el fusil tomado del caño y se lo extendió:
–¡Agarrate de la culata!
Lo sacó. Corrieron hasta un hueco en la alambrada por donde salieron a campo traviesa, donde recibieron tiros de armas cortas desde la villa, que cesaron cuando Pablo respondió con estampidos de FAL. Se internaron por Vª Ofelia.
Allí, Rafa se topó con cuatro mujeres a las que un tal Rosendo hizo callar; lo invitó a descansar; le ofreció ropa; no aceptó dinero; le guardó el arma y lo ayudó a salir. En la parada del colectivo, lo despidió con un abrazo.
Cerca de ahí, en Pasco y Caaguazú, desde las 19, las guerrilleras retenían a tiros a la Policía.

Para incendiar el río Matanza, a las 19.15, de la casa de la suegra de De Santis salieron tabicados.
–¿Cómo vamos a prender fuego?
Hubo que correr a un kiosco a comprar nueve cajitas de fósforos.



En La Tablada, aunque comían y dormían arriba de los camiones, recién a las 19.40 oyeron por la radio el pedido de socorro de Viejobueno. El RI3 salió encabezado por el teniente Guillermo Ezcurra y el teniente 1º José L. Spinassi, seguidos por tanques M113; Jorge Novosak; Julio Britos y más colimbas.

Ya en el puente, De Santis abrió el baúl del auto que había dejado El Oso: faltaban armas. Al bajón inicial, algunos se sobrepusieron con gritos y directivas. Cortaron el tránsito:
–¡Somos del ERP! ¡Esto es un levantamiento contra el gobierno vendepatria de Isabel!
En la retirada, erraron el camino. Regresaban a cortar el otro puente cuando se toparon con una pick up del Ejército. De Santis gritó “¡saquen las armas!” (dos escopetas y un 38). Cuando vio que venían muchos más, rectificó: “¡guarden las armas!”. Los vieron seguir de largo.
De Santis habrá de parar junto al río. Se llevó la radio y, en una casita, dijo que era del ERP para pedir que se la guardasen. Lo logró.

A las 19.45, un 404 fue cruzado en el puente N. Avellaneda ante micros y un cisterna con 30.000 kg de bonarol. Enviado a ver qué pasaba, llegó uniformado el cabo Hugo Caldez. Fue baleado por un guerrillero y, cuando ya estaba en el suelo, baleado con su propia arma. Sobrevivió.

Detrás del cuartel, las guerrilleras seguían en Pasco y Caaguazú; el RI3 que venía por el sur debió cambiar su recorrido (Av. Monteverde; Lacaze; Gobernador Monteverde y Francia).

En los armarios de Verificación, permanecían los soldados. Veían las espaldas de los del ERP que disparaba hacia la Guardia. Y desde allí recibían las balas que seguían de largo hasta perforar las delgadas paredes de su escondite.
Otros dos soldados fueron heridos en la garita exterior y la Guardia por cuatro francotiradores en el techo del almacén Tres Palmeras, en el Camino.
Dentro, los guerrilleros eran diezmados por el carrier y la metralla de la torre Norte. En el fragor, gritaban a los soldados:
–¡No tiren! ¡La cosa no es con ustedes! ¡Larguen los fusiles y rajen!
Frente a la Guardia, el sargento Cisterna herido por las granadas de las mujeres, gemía:
–¡Negro, entrame! ¡No me dejés morir! ¡No me dejés morir!
El soldado Niessi pensó que le hablaba al sargento Saravia. Después no escuchó más. Sí oyó a unas mujeres que hablaban por radio:
–No nos dejan avanzar estos borregos.
A las 19.30, el teniente Camilo y doce compañeros avanzaron sobre la Guardia de Prevención. Detrás, alcanzado por las ráfagas del carrier, Ismael Monzón gritó antes de desplomarse:
–¡Viva la revolución!
El sargento Tomás (Panchú), herido por una ráfaga de FAL, continuó su carrera sin soltar el fusil. El Grupo 1, con dos mujeres, disparó y corrió hasta parapetarse en un recodo de la Guardia.
Del otro lado, los militares quedaron expectantes. Llevaban 50 minutos de resistencia.
A las 19.40 insistieron en pedir refuerzos. No sabían que al ERP casi no le quedaban municiones.
A la derecha, a 30 metros, Darío se agazapaba con 11 heridos sobre 16. Corrieron 8 metros hasta dos puertas con candado, que volaron de un escopetazo. Entraron y, junto a la caldera, colocaron a los heridos graves. Desde la puerta, Darío veía a sus compañeros en el recodo.
En eso, Daniel Divito corrió con su FAL a los tiros como en una película.
Gritó la teniente Nancy Rinaldi. Disparó Darío. Cayó el colimba herido en las piernas.
Desde el recodo salieron dos. A sus pies picaban las balas. Ya en la edificación de enfrente, recibieron municiones. Regresaron con manos y bolsillos llenos de granadas y más compañeros.
Víctor Bruchstein se acercó a un colimba tirado que lloraba, herido cuando abastecía la MAG.
–Quedate boca abajo, sin moverte; así no te duele tanto.
Cuando escuchó más tiros, el colimba quiso meterse dentro de una cercana rejilla destapada.
El sargento Tomás empezó a hablarle:
–Calmate, flaco. Está todo bien. No te vamos a hacer nada.
–¡No me maten!
–No. Quedate tranquilo, que no te vamos a matar.
Y empezó a acariciar la cabeza del soldado. El guerrillero tenía ocho tiros encima.

A las 19.45, comenzó otra arremetida contra la Guardia. Cánepa transmitió:
–¡Estamos copados! ¡Son 20 hombres!
Junto a la ventana, un morterazo que desde el chasis de un Ford A en Camino y Montevideo manejaba la teniente Inés (Gatto) destruyó parte de la pared. Un balazo dio en el brazo del conscripto Jerónimo Romero. Cánepa retomó:
–¡La situación es insostenible, es bravísima! ¡Son 30 ó 40 hombres!
A las 20.05 les avisaron que venían por Boulogne un avión y helicópteros desde Morón.
A las 20.15, explotaron granadas de gas en la Guardia. El humo de la ventana se arremolinó en el recodo, donde Panchú y Camilo abrieron unas canillas; mojaron ropa para frotarse los ojos y ordenaron que nadie se alejara.
No aguantaron la teniente Mariana y el Gordo Juan II quienes se replegaron hasta la F100 tras el parapeto. Expuestos al fuego de la torre, él cayó con un tiro que le atravesó la panza; ella, con uno en la cara. Sobrevivieron.
Aparecieron tres helicópteros y el avión. Tiroteados por el ERP, los helicópteros empezaron a pasar más alto y más lejos. Dos resultaron averiados por apenas unos FAL y un Máuser.
A quince metros, seguía tirado el conscripto Botto. Gritó con la fuerza que le quedaba a un carrier que se acercó con un sargento que lo tomó como pudo:
–No veníamos porque pensábamos que eras un extremista.
Pasaron sobre Roberto Stegmayer; las piernas de ‘Martín‘ y las cabezas de otros dos con vida.



Afuera, a partir de las 20, se acentuó el combate en Pasco y Caaguazú. Los RI 1 y 3 del mayor Felipe Alespeiti y el teniente coronel Federico Minicucci, se acercaban a las contenciones.
Además del N. Avellaneda, sabían emboscados los otros puentes a la Capital: Pueyrredón nuevo y viejo; Bosch; Victorino de la Plaza; Uriburu (Alsina); La Noria y un par sobre el Matanza.
En el Pueyrredón, Jorge Vivas, de Quilmes, chapa 4088 y custodio del subjefe de la Federal, tenía orden de acercarse hasta Zapiola por el Este donde, desde detrás de un micro fueron tiroteados[U2].
En el Bosch, la Federal, la Bonaerense y Prefectura tardaron mucho en recuperar el lugar. No atraparon a ningún guerrillero. En puente Alsina, no se animaban a sacar tres paquetes que, empujados al agua, ni explotaron.
En el Victorino de la Plaza, después de las 20.30, el ERP cruzó vehículos y tiroteó al Comando Radioeléctrico que contestó con más de 300 balazos. La primera herida fue Ana ‘Piojo’ Lezcano (25), cargada a una camioneta en la que huyeron por calle Domínguez. En Pagola, montaron una emboscada para disparar en cuanto vieron a los patrulleros.
Desde el móvil 226, el cabo Ramón Navarro con una Itaka, alcanzó con un perdigón debajo de la comisura a Carmen Sánchez (20), retirada por su esposo y otro compañero.
El agente Armando Almirón, ametralló al de más edad. Recibió un escopetazo, pero disparó hasta agotar el cargador. Intentaba cambiarlo cuando a su lado explotó una granada que levantó al patrullero hacia atrás y a la derecha. Herido y sin el ojo izquierdo, continuó a los tiros, ahora con su pistola, hasta perder el conocimiento.
Quiso ayudarlo un ametralladorista que no fue cubierto; recibió un escopetazo y debió arrastrarse hasta un colectivo para continuar a los tiros. Sus camaradas federales efectuaron 300 disparos.
Los del ERP, para replegarse, tiraron granadas; subieron a la Chevrolet con rumbo Norte; doblaron en Giribone; chocaron contra un coche; bajaron y corrieron con tres heridos a cuestas; se tirotearon con los policías. Asaltaron un Dodge 1500; con Luis Menéndez (27, delegado en Rigolleau) al volante, huyeron a tiros. En España y Belgrano fueron cruzados por otro patrullero que, a una cuadra, les agujereó los neumáticos; bajaron cinco aunque dos retrocedieron hasta un garaje para tomar un 504 gris en el que, siempre con los heridos, huyeron hasta Mitre donde, por un desperfecto, debieron bajar. Tomaron una Ford anaranjada.
El móvil policial 1 se demoraba en España y Belgrano para cambiar al chofer herido mientras se acercaban tres patrulleros más, todos Falcon ‘74.
El móvil 4, hacia el Sur, alcanzó y disparó a la F100 anaranjada. Pero desde otra camioneta que se le pegó atrás, recibió cinco impactos, hasta que se alejó de Av. Mitre. Liberado, el móvil 4 reanudó los disparos contra la F100. Acertó a la nuca del delegado de Rigolleau.
La F100 dio contra un Citroën estacionado; subió a la vereda y chocó la pared de Mitre 4585.
Los policías frenaron y, parapetados tras las puertas, dispararon y recibieron. Se sumó el móvil 1; también el 5 pero, al doblar en Mitre 4100, mordió el cordón y chocó contra una pared con lo que su chofer, Jorge Ortiz, salió despedido. Rubén Sedano fue herido en el pómulo. Al agente Rubén Walratti, una granada de gas lacrimógeno que pretendía lanzar le explotó en la panza.
Carmen, con un tiro en la cabeza, disparó hasta agotar municiones; habrá de morir 16 balazos después. Su esposo herido, Francisco Blanco (25), agotó la escopeta; morirá con 26 impactos. Vicente Lasorba (25), tras 28 impactos, cayó con el rostro hacia arriba y los ojos abiertos.
Desde su vehículo, el berazateguense Hugo Patanella[U3] fue involuntario testigo de cómo saltaban los cuerpos ante los balazos del sargento Emilio Martini; los cabos Buch, Roldán y el agente Héctor Martín.
Cuando dos granadas de gas estallaron dentro de la camioneta, la Piojo y Roberto Cejas (22), heridos, se desplomaron.
Tras 7 km de persecución y siete baleados, los 12 impactos en los patrulleros contrastaban con los 400 en la camioneta donde Víctor Mosqueira (19 años), colgaba con los brazos abiertos y la mirada perdida. Eran las 20.55 en Vª Domínico.
A esa hora, la contención en puente La Noria tiroteaba al Regimiento de Granaderos desde detrás de un auto cruzado. Otro vehículo salió al choque del convoy, lo esquivó y le arrojó una granada al último camión. Hirieron a los soldados Néstor GaticaCarlos Acosta. Volcaron más adelante e, ilesos, tirotearon a otro par de camiones hasta replegarse. Fueron cubiertos desde el primer auto por Hugo Colautti, mientras llegaban el Destacamento 1 de Gendarmería; la Policía Militar 101; la Federal y la Bonaerense. Solo contra todos, Colautti habrá de enfrentarlos por más de dos horas.
En Temperley, mientras esperaba el trasbordo del tren, Juan ‘Cacho’ Romero (23) fue obligado a abrir su valijita con herramientas para cortar cuero y a permanecer en el piso, como todos[U4].
En Donato Alvarez, José Estevao esperaba el micro cuando le avisaron. Mientras pensaba vio, en la parada de enfrente, a una montonera con apariencia de universitaria, muy respetada cuando daba instrucciones[U5]. Cruzó:
–No vayas para aquel lado; parece que atacaron Viejobueno.
La joven frunció el ceño y despegó los labios. Desistió del viaje.
En Camino GB y 12 de Octubre, rumbo a Avellaneda, detuvo el auto Carlos Siniscalchi (29[U6]). Llevaba a su esposa; su hijo Juan Manuel, de 2 años, y a Alfredo Noriega con quien trabajaba en Cultura de Varela. Varados, veían las llamaradas de un vehículo sobre un puente a 300 metros y, en el fondo, lo que parecían relámpagos. Por detrás, percibieron que se les acercaba una luz muy potente y un ruido como de chapas arrastradas por el pavimento. Miraron por los espejos a una silueta militar que, asomada a una torreta, gritó:
–¡No se pare; páseles por encima!
Siniscalchi atinó a poner primera y mandar el auto sobre la vereda donde había una casilla prefabricada de muestra para la venta; la tiró y quedó ahí. Cuando pasó el tanque, y una decena de camiones con soldados, salió hacia Calchaquí. No sabía qué sucedía. Al llegar a la estación Shell, frente a Camineros, bajó el vidrio y preguntó a un policía. Lo vio sacar la pistola, apuntarle y, con temblor evidente, gritarle:
–¡Siga, siga! No se pare porque disparo.
Siniscalchi rajó hacia Avellaneda donde, sobre Mitre, a la altura del entonces Parque Sarmiento, un helicóptero a muy baja altura, con un reflector, alumbraba la fila de autos.

A una prefabricada, el grupo de Noni Bruchstein había entrado y empujado a sus moradores a fugar por una calle paralela al arroyo. En un pequeño espacio debajo de la casa, se ocultaron los fusileros; otros instalaron una ametralladora tras el tanque de agua.
A partir de las 20.10, el RI3 que desde La Tablada venía de sobrepasar siete emboscadas, llegó por el Sur a las contenciones. En Camino y Catamarca, embistió a un Fiat 1500 pero no pudo avanzar. Sus efectivos bajaron dos lanzacohetes y metrallas antiaéreas.
El teniente Guilermo Ezcurra llegó al puente donde un camión y su acoplado formaban una V invertida que ardía. Cuando lo sobrepasó, recibió dos escopetazos en mano, la mandíbula y brazo izquierdo, lo que le afectó el nervio; sintió una descarga como eléctrica y cayó con fractura expuesta de húmero; un soldado fue herido en el tobillo; otro militar recibió un balazo en el casco. En el posterior avance, Spinassi fue ametrallado por una mujer. No sobrevivirá.
El grueso puente de hierro fue perforado a balazos. Debajo, Felipe vio su pie izquierdo como una masa sangrienta y retorcida. Se hizo el muerto y sobrevivió.
Bajo los helicópteros, guerrilleros como Eduardo Delfino, cayeron. Noni ordenó replegarse.
Ezcurra recuperó el conocimiento y se apretó un torniquete con los dientes.
A las 20.30, el RI 1 que venía del Norte pasó por el costado de una contención. Iba hacia la de Camino y Cadorna, donde la Bonaerense hería a la embarazada ‘Gringuita’ Finocchiaro.
Detrás del grupo de Noni, se había escondido en el frigorífico Penta una patrulla policial. Una segunda, desde el matadero, atacó la posición guerrillera del sudeste. Así, una de las cargas de mortero estalló y descuartizó a Silvia Gatto.
Una granada explotó en la mano de Pascual Bulit, lo desfiguró e hirió a la GordaRosa‘, que continuó a los tiros con su escopeta.
Fueron heridos los policías Nicanor Peledo, José Santilán, Carlos Escobar, Rómulo Ferranti y Carlos Nelson Recanatini, quien había estado a cargo de la Seguridad en la revista El Caudillo[U7].
A las 20.45, los guerrilleros eran acribillados con lanzacohetes y ametralladoras de los blindados M113. La Gorda ‘Rosa’ Attaide cayó con un tiro en el pecho izquierdo que no penetró el tórax.
Los tanques cruzaron Montevideo.
Por el Norte, el RI 1 llegó a Camino y Cadorna a las 21.20. Alertado de que los guerrilleros habían huido entre las casas, el teniente Chenlo ordenó acribillarlas con ametralladoras MAG y proyectiles fragmentarios antitanques disparados por fusiles FAL durante 15 minutos.
Recién entonces, en Pasco y Caaguazú, un tanque pudo atropellar el micro sobre el paso a nivel.



Sin un pie, Macedo se arrastró hasta la prefabricada, ya acribillada, y de ahí a otra casa para cuando en la primera, los militares rompían todos los muebles. Escondido en el gallinero contiguo, oyó que desestimaban su búsqueda cuando notaron que lo único en movimiento era un perro que ladraba. Pasado el peligro, se metió en la casa a descansar.
Noni Bruchstein cruzó los arroyos en un intento por llegar a la casa en 12 de Octubre, donde vivía con su bebé de dos meses y Adrián Saidón, participante de la incursión. Fue guarecida por vecinos de Vª Primavera.
La Gorda, curada por vecinos que le dieron ropa; burló las pinzas; llegó a Once y tomó un micro a Córdoba.
Bulit, responsable de propaganda en el Sur, fue llevado a la Regional policial de Lanús y dejado en el patio para que se desangrara por la mano que le faltaba. Como insistía en vivir, fue arrojado al Riachuelo. Cuando se puso a nadar, fue rematado a tiros.

En el cuartel, a las 20.40, se posaron algunos helicópteros, otros fueron hacia los fondos. Uno sobrevoló la Guardia.
Se apuraron a tomarla los del ERP; arrojaron granadas por la ventana del dormitorio de tropa.
Cánepa tomó el micrófono:
–¡Se incendia! ¡Están tirando bombas!
Varios entraron por atrás y enfrentaron a algunos soldados; otros corrieron bajo el techo que se incendió y cayó. Ahí murió Inesita Marabotto, calcinada cuando acababa de cumplir 16 años.

A las 20.43, aterrizó el último helicóptero del que bajó una docena de efectivos.
Cuando el ERP decidió replegarse, el sargento Saravia se animó:
–¡Ríndanse! ¡Están rodeados acá y, por la Policía, afuera!
Le contestó Panchú, el de las ocho heridas que había acariciado al soldado:
–¡Mirá como tiemblo!
Sonrieron los guerrilleros que iban a morir. Otro herido, el salteño Camilo, gritó:
–Que vengan esos guanacos, no más; aquí está el e-erre-pé.
Y dispararon con todo. Eran las 20.54.
Cuatro minutos después, Cánepa insistió con la radio:
–¡Está bravo! ¡Nos copan!
El helicóptero Bell huyó. Los del Ejército recularon. De nuevo la radio:
–La fuerza propia se replegó a la Guardia.
La avanzada del ERP duró hasta las 21.02, cuando dos tanques del RI3 entraron.

Los blindados del RI1, retrasados por los hostigamientos en el Norte, entraron a las 21.15 y rescataron al soldado atropellado en el portón al inicio.
Desde el recodo, los guerrilleros se alejaron con sus heridos cuerpo a tierra. Quedaba un par por salir cuando fueron ametrallados por un helicóptero Hughes que, baleado con un viejo Máuser de cinco tiros, hizo un fuerte ruido; tambaleó y huyó. Bruchstein, satisfecho, y el Gordo Juan II cruzaron hasta la caldera donde estaban los heridos.
–Los extremistas están cerca de la Guardia.
Reportó Cánepa a las 21.19. Allí fueron los blindados. En el camino, mataron a un guerrillero de 18 años y a la teniente Mariana de varios tiros a la cabeza y una perdigonada que le voló los intestinos. A un tercer herido, el que había herido al colimba Julio Britos, lo remataron a tiros en la cabeza. Dos minutos después, llegaron hasta el sargento Cisterna, que morirá en el traslado, y al colimba abastecedor de su MAG que, como le había sido prometido, fue dejado con vida.

También vivo, Lucho Sportuno tenía una herida de 3 cm de diámetro en la ingle. Para vendarlo, la Petisa se arrancó un pedazo de camisa. Veía el cuerpo de Carlos Bonet cuando oyeron:
–¡Por acá! Hay que cortarles las orejas.
Lucho le pidió que se protegiera y ella se negó pero, al oír más cerca a los militares, con un nudo en la garganta, acató.

También esperaban huir cuatro que estaban con Busetto; otros siete en las zanjas perimetrales, uno herido en la cabeza; y los 19 apiñados de la caldera; en silencio, para no delatarse.
Cánepa transmitió:
–No hable. Estamos bien.
En la caldera, un montonero y tres del ERP no podían ni moverse. El teniente Camilo decidió:
–No podemos sacarlos. O ninguno saldrá vivo.
Apoyó Darío. El sargento Panchú debía quedarse y lo asimiló en silencio.
Salieron 15 en tres grupos. Darío preguntó “¿Dónde está Teresa?”; se le tensó la mandíbula y no pudo tragar saliva.
A las 21.47, dos bombarderos iluminaron con bengalas. Al rato, los aviones eran 5 y los helicópteros, 15.
A las 22.20, media cuadra antes de la entrada, el Regimiento de Patricios remató a un guerrillero. Fueron tiroteados por tres que, luego de ser heridos, se replegaron a la villa.
En un camión, muertos por balas perdidas, fueron hallados Ricardo Ragone (20 años) y Luis Garbozo (18). También por el Camino, había pasado Horacio Colacelli (57), director de empresas textiles de actuación en la Bernalesa. Quedó con la cabeza sobre el volante del auto[U8].

Ocho guerrilleros del flanco izquierdo habían salido. Uno que corría ensangrentado fue ayudado por alguien que ofreció camisa y cama, donde pasó la noche con los tiros como sonido de fondo.

A las 23.00, en La Noria, tras retener a cinco fuerzas por más de dos horas, Hugo Colautti cayó herido en una pierna. Dejó su auto con explosivos y se replegó a las rastras. Fue ayudado por los vecinos mientras otro prestó su teléfono para que llamase a Solidaridad. El cordobés ‘Buzón’ era responsable del Frente de Trabajo Legal de la Regional Sur.

Después de dejar vendado y vivo a Lucho, la Petisa corrió; vio a los helicópteros disparar hacia el cuartel y la villa; oyó: “tiren las armas”; algo que caía al suelo y una ráfaga.
Halló unos arbolitos con el tronco delgado y una copa como de sauce que llovía y dejaba un hueco. Ahí, se aferró a las ramitas, con las piernas acurrucadas. Lo que oyó, la acurrucó aún más.
Una patrulla se acercó a la Fiat y disparó contra el cuerpo de Alberto; a un ojo de ‘Luis‘, quien iba a cumplir 18; y a Lucho, a quien le abrieron un orificio de 5 cm entre un ojo y la nariz:
–¡Tomá, hijo de puta!

Hacia las 23, más tanques entraron. En ese momento, salían los de la caldera; con dos pantalones y dos camisas o remeras, tiraron las oscuras y huyeron con las de colores vivos que tenían debajo.
Darío buscó a Teresa. La halló, cubierta de sangre seca, baleada en el pecho y el costado. Se agachó; la miró por última vez y la besó en la frente.
Con bronca, mientras mascaban dolor por dejar a sus compañeros, todos se arrastraron hacia el alambrado perimetral de tres metros cuando, detrás, oyeron que, en la caldera, cantaban:
–Por las sendas argentinas / va marchando el e-erre-pé…
En el silencio oscuro, a cien metros, los soldados escondidos en Verificación oyeron con claridad:
–… Van marchando al combate / en pos de la revolución…
Fueron escuchados por otros militares, que comentaron:
–Esos están drogados.
No soportó dejarlos NellyCukyEnatarriaga. Para regresar a buscarla, Horacio Stanley pedirá permiso a Camilo. Fueron descubiertos. El, atado delante de un carrier y estrellado contra una pared, con las piernas fracturadas, debió ser rematado a tiros. Ella fue abierta a bayonetazos por “El Gitano”, con tres cortes en canal de 25 cm sobre el pecho. Y perforada en los glúteos.
Uno trepado al alambrado fue enfocado desde un helicóptero y ametrallado. Quedó colgado cabeza abajo.
Un colimba armado se topó con nueve que huían en fila. Cuando Bruchstein lo tomó del cuello, dijo ser de la JP; cargó a dos de los seis heridos y los guió hasta una rotura del alambrado por donde se tomaban licencias. Pidió que lo golpearan, “para disimular”.
Los nueve cruzaron hasta un desarmadero de autos. Vieron los helicópteros. Dos que no se habían escondido se hicieron los muertos cuando la máquina, detenida en el aire, los iluminó…

Desde las 23.40, estaba a cargo el general Adolfo Sigwald.
Los militares, con cuidado, abrieron las puertitas donde estaban las calderas. Con linternas, vieron a los cuatro guerrilleros; dos, ya inconscientes. El blindado M113 les disparó con metralla antiaérea hasta despedazarlos. Un cerebro que saltó; pedazos de carne y piel quedaron pegados a las paredes de la caldera, roja en sangre.



Sólo 16 del ERP cayeron en combate en el cuartel. Los demás, salvo dos, se replegaron. Veinte cruzaron las alambradas. Y una estaba en el árbol. Eso hizo pensar al soldado Torregino:
–Entraron como cien; por todos lados. Y, pese al cerco, la mayoría escapó.
Moura y su compañero recibieron una boina para tapar una herida y alpargatas por parte de los pobres que rechazaban el dinero, que otro guerrillero debió dejar en el arbolito de navidad, y se ofendían ante el pedido de que no los delataran.

Los que se habían hecho los muertos bajo el helicóptero que los iluminaba, lograron engañarlo: Darío, sordo por la granada, con un pie torcido, llevaba a un herido; Bruchstein, también sordo, cargaba a la rubia Margarita; Tito, con varios disparos en la pierna y Juan II, con el abdomen atravesado.
Más adelante, de otros villeros recibieron agua; albergue y ropa. Margarita, a quien le faltaba un pedacito de talón, fue vendada con un pañal.
Llegaron hasta el arroyo Santo Domingo. Lo bordearon. A dos cuadras del frigorífico, decidieron cruzarlo. Con medio cuerpo en el agua vieron helicópteros a 18 cuadras del cuartel, ametrallar las casitas.
Los vecinos de la IAPI debieron tirarse al piso, como Hilda Banegas y su nena de 8 años a quienes las balas les pasaron cerca de la cabeza. En la calle, había quedado una familia en un coche que un vecino ayudó a meter cuando tres helicópteros los tirotearon. Una de esas balas mató a Adelina de Hiller mientras cosía para su bebé en Formosa 2582, Quilmes. Una mujer que llevaba a su bebé en brazos quedó tendida en Yapeyú y Burelas, Lanús. Un nene de 11 años que corría asustado fue acribillado. El verdulero José María Franco vio a una nena de 4 años morir bajo la metralla de un helicóptero.
A dos kilómetros, en Calchaquí y Dardo Rocha, la mucama Elida María Sopeña murió a tiros. El carnicero Enrique Lima, de Wilde, iba en taxi cuando fue herido; debió bajar, correr y saltar alambradas antes de llegar a una clínica, en la que fue apresado por “presunto extremista”. Otros eran atendidos en el hospital de Quilmes; a Clarín se le informó de Santiago Briguini y Elsa Barros, herida a la salida de su casa, cuando esperaba el colectivo, por un tiro en la mandíbula.

En Bernal O., cuatro heridos embarrados por el arroyo tocaron timbre y obligaron al dueño de casa a entregar el auto, en el que huyeron hacia Mitre.
Otros que también robaron vehículos, huyeron por ‘la ruta Ho Chi Minh’: caminos de tierra alternativos que unían Avellaneda; Temperley; Varela y Berazategui. El auto en el que iba Moura, levantó a tres en el camino.
En camioneta, Osvaldo Busetto se topó con una pinza. Dijo ser militar y pasaron.
–Esos canas se dieron cuenta de que mentíamos. Deben estar muy cagados.
Para disparar al ERP en retirada, despegaban de la base de Punta Indio cinco aviones con misiles.

Con el talón roto, Margarita gateaba. Los sordos hablaban a los gritos y eran chistados por los otros cuatro, de los cuales dos casi no podían caminar. Así, a las 3.30, llegaron a casa de unos tíos. Consiguieron una bicicleta con la que acercar a los heridos. Terminaron a las 5:15.
Bruchstein, con llagas en el hombro en el que había cargado a Margarita, se empecinaba:
–Vamos a seguir. ¡Tenemos que seguir!... Por nuestros compañeros.
A esa hora, el general Sigwald ordenó rastrillajes. Entonces, en carriers, voltearon ranchitos y pisaron cabezas: “¡Vamos a matarlos a todos!”. Los de Gendarmería se vanagloriaban de haber violado mujeres ante sus maridos, y de haber matado a cualquiera para tirarlos dentro del cuartel.
Dos amigos que iban a Lanús se asustaron y pretendieron regresar. Perseguidos, chocaron contra un árbol. Fueron ayudados por una vecina que los metió en su casa. Terminaron todos, con más detenidos, sobre un camión militar que, a poco de andar, se topó con otro y se tirotearon… Hasta que descubrieron que eran del mismo bando.
Hombres con bolsitos de ir a trabajar, pibes y embarazadas fueron llevados al cuartel a una sesión de torturas. Lo vio el soldado Torregino. En esa razzia, Oscar Alberto González fue el único del ERP que cayó.
Otro combatiente torturado, abierto a bayonetazos, fue ‘Yiyí’ Abel Santa Cruz Melgarejo.
Al amanecer, los colimbas fueron enviados a verificar si en los galpones había guerrilleros. Juntaron 33 cadáveres puestos uno junto al otro. Luego, sumaron los de los vecinos; y aún faltaban.
En la madrugada, desde Magdalena a Plátanos y Ranelagh llegó un tren con tanques que fueron a la casa de las 37 caídas, en Bosques, para reducirla a escombros de un metro de alto.
Al mismo tiempo, Ricardo Arturo Rave era secuestrado de la casa, en La Plata, que compartía con su hermano.
–Este va por el otro.
Un tren con 50 pasajeros se acercaba a las 5.10, de Solano a Avellaneda por las vías de Monte Chingolo cuando, a la altura de Los Aromos y Caaguazú, el cabo Aguirre, de la Prefectura en Quilmes, quitó ocho cartuchos de dinamita[U9].

Cuando salió el sol, la Petisa (Silvia N) permanecía en el arbolito. Se tensó más cuando oyó a los perros y la orden impartida a un colimba para que buscase entre los árboles.
El conscripto metió su FAL en cada copa hasta que llegó al de María. Ahí, la vio, de enormes ojos negros, chiquita, acurrucada, toda picada y con olor a pis. No la delató.
Con la luz del 24, Noni se puso un vestido que llevaba en el bolso y salió a buscar heridos. A las 10, junto a otras siete mujeres del barrio donde era alfabetizadora, será llevada en una camioneta del Ejército.
Al mediodía, delatado por quien era requerido para que prestase la camioneta que lo llevara al hospital, Colautti fue apuntado con una ametralladora. Ante los vecinos, quien había retenido a cinco fuerzas, gritó:
–¡Asesinos! Mátenme, hijos de puta. El pueblo los condena.
El oficial bajó el caño de quien pretendía ejecutarlo y ordenó llevarlo, rodeado de patrulleros, para desaparecerlo.
Macedo fue hallado por los dueños de casa, les contó su ficción de ser un transeúnte herido en el pie y, aunque recibió aliento, fue enviado al hospital. Una enfermera avisó a la madre, pero otro delató dónde trabajaba el padre, que será interrogado por los militares. Heriberto quedó con custodia.
La Gringa Finocchiaro será detenida de entre la docena de heridos en centros de salud de Bernal, Avellaneda, Lanús y Quilmes.
Los apresados en la camioneta anaranjada de Vª Domínico, Roberto Cejas y la Piojo Lezcano, embarazada de tres meses, fueron arrojados al Riachuelo.
De aquellas contenciones, los cadáveres fueron trasladados a Viejobueno. Allí también, llegaron secuestrados que el Ejército tenía desde antes: un colimba y dos mujeres. Ellas y la Gringa embarazada fueron desnudadas para que desfilasen entre los cadáveres. Vieron a los militares pisar los senos de las muertas. Norma no aguantó y forcejeó.
Le rompieron la cabeza a culatazos. Al colimba Juan Belluz y a María del Valle Santucho (sobrina), los mataron a tiros. A Juana Insaurralde, viva, le aplastaron la cabeza con un tanque. Mientras torturaban, aterrizó Jorge Videla. En la Plaza de Armas se formaron los M113 y los helicópteros que habían ametrallado las casitas. Alguien pidió tres hurras para el Ejército, cuyo jefe recorrió las cuatro hileras de cadáveres. Cuando se iba, sonó un tiro. Habían rematado a una mujer.
A las 14, Videla destacó la eficiencia de la Policía del gobernador Calabró. Eso obligó al gobierno a desmentir la Intervención de la Provincia y a decretar la ilegalidad del Partido Auténtico.
Uno de sus simpatizantes, ‘Rulo’ Schiavo, opinó[U10]:
–Aprovecharon para matarnos compañeros de la IAPI que ya tenían marcados.
Los militares robaron magazines y neumáticos de los autos, como los bolsillos de los guerrilleros, que llevaban 400 mil pesos para viáticos, y los DNI de los muertos con los que después pudieron desaparecer a los familiares.
A felicitar, llegaron Gerardo Charrú y Pascual Romano, dos concejales comunistas[U11].
Cuando el intendente ingresó, creyó ver el cadáver de la hija de un médico de Berazategui que había atendido diez años a los obreros de La Ideal[U12]. José Rivela miró sin ira, alegría ni tristeza y, ante el jefe de la Federal, comentó [U13]:
–Cuántas muertes inútiles.
El gordo uniformado de pelo gris y cara de bull dog lo cruzó con desprecio:
–Querrá decir cuántas muertes necesarias.
–No, comisario. Yo digo inútiles.
Rivela pegó media vuelta y dejó mascullando, junto a los muertos, a Albano Harguindeguy.



Videla, en Tucumán, anunciaba que, para acabar con la violencia, los políticos tenían 90 días.
Los heridos del Ejército eran 17 (sólo 1 oficial; 1 suboficial y 15 soldados); 9 de la Bonaerense; 8 de la Federal; contra 25 del ERP…
La Petisa del árbol esperó a que se fueran todos, a que otra vez se hiciese de noche. Sin haber comido, cuando quiso bajar, se cayó. Con piernas temblorosas, reptó hasta la alambrada y trepó los tres metros. Saltó y, por la calle Formosa, se internó en la villa. Se maquilló sin darse cuenta que tenía la cara embarrada. Con una 9 mm en la cintura, de la que tampoco se percató, no recibió ayuda pero tampoco fue delatada. Huyó a través de esa geografía de olor a grasa quemada, mierda de gallinas y zanjas al aire libre de donde el agua sucia era extraída para mojar las calles de tierra; algunas, curvadas; con manzanas irregulares y construcciones tan desparejas como humildes.
… Y los muertos: 7 del Ejército (2 oficiales; 1 suboficial y 5 soldados), aunque se destacó la muerte de Antoni, un perro de guerra; 53 del ERP (2 embarazadas; 23 atrapados con vida; varios rematados en el lugar; aunque había un chico de 17 años y una de 16, el promedio de edad era de 35); 6 NN en la morgue de Avellaneda; 3 militantes detenidos desde antes de la incursión; 3 en el Riachuelo; 6 civiles identificados; 42 sin identificar (entre ellos, dos niños de 11 y 4 años).
Esos 53 cadáveres fueron trasladados por orden del comisario mayor Carlos Cernadas, jefe de la Regional Lanús, a una fosa común de Avellaneda. Allí, el corte de manos para identificarlos fue certificado por el principal Carlos Ortiz. Al día siguiente, se supo que en el cuartel quedaban 10 vecinos que fueron a dar a otra fosa común. Como la morgue se llenó con los primeros 10, los otros 43 fueron dejados en el patio caluroso; el calor y los insectos molestaron a los vecinos de los contiguos monoblocks que, cada vez que se asomaban, eran tiroteados.
El día 26, familiares de vecinos asesinados insistieron en entrar al cementerio; fueron detenidos y mencionados en la prensa como siete “terroristas”.
Urteaga y De Santis, de la conducción del ERP, se reunieron en Avellaneda para contar a quienes no habían regresado. Eran 46. Y faltaban incluir los de Vª Domínico.
Beatriz Le Fur, de Lomas, recorrió casas para avisar a las familias. No fue bien tratada.
Otro del ERP fue tomado de la solapa por el padre de Ramos Berdaguer:
–¡¿Cómo pudieron envenenarle la cabeza así?!
Luego, ceremonioso, vistió su uniforme de la Segunda Guerra Mundial, en la que había peleado contra los nazis, y fue a reconocer a su desfigurado Pablo.
También logró entrar el padre de Monzón. Eloy Antonio, reservista de la Armada[U14], vio los cuerpos sin manos; agusanados; aplastados; con las cabelleras rapadas a soplete; a las desnudas chicas apartadas; a niños del barrio.
Las inhumaciones terminaron el día 28. Llegó a publicarse que eran 156 los muertos (sin incluir militares) “137 terroristas”, aunque la Policía hablaba de 165.
Un joven comisario de Avellaneda se arriesgó a darle datos a Laura Bonaparte, madre de los Bruchstein.
El policía Marabotto, padre de Inesita (16) carbonizada bajo el techo de la Guardia, fue torturado junto con otra hija.
Después de días en custodia, policías envolvieron en una sábana a Macedo, sin un pie. Lo pasaron a una ambulancia donde los militares le pegaron; lo llevaron a un cuartel y, de ahí, a la cárcel.
El subjefe Regional, inspector Ubaldo Víctor Stella, fue el único no felicitado. Tras arriesgarse en la contención de Cadorna, había tratado de “loco” a un militar. Fue destinado en Pehuajó, a 350 km.
Eva Blanco[U15] oyó a un amigo de su marido, Norberto Osvaldo 'Polaco' Cipolat:
–De pasada, me puse a disposición del Ejército. Así me ligué este tiro.
De Rojas 1228, casi Triunvirato, los moradores huyeron cuando llegaron policías de la 3ª y la Regional. Dejaron armas; material quirúrgico y un cadáver que estaba desde hacía una semana, al que le cortarán las manos[U16].
De Santis regresó a buscar la radio, recibido por un paraguayo que lo conmovió:
–Si quedó algún chiquito huérfano de ustedes, señor, me ofrezco para cuidarlo.
La incursión fue criticada por los Montoneros, consideraba que todo el campo popular se vería afectado por la derrota del ERP, que también tuvo sus internas. En medio de ellas, Santucho se acercó a una autocrítica. Pero el Buró Político sólo apuntó: 1) subestimación del enemigo y 2) déficit en la técnica militar.

En el cuartel, el soldado Torregino evaluó:
–No iban a hallar armas en esos galpones. Lo único que hay es una gran cantera. Afanan la tierra.



Tal como lo esperaba, cadáveres arrojados con descuido alfombraban el suelo. Pero como el sector iluminado era menos amplio que lo que había imaginado, no pudo precisar el número de muertos. Apenas podía distinguir, con esa luz débil, que algunos cuerpos estaban desnudos y otros vestidos. Había hombres y mujeres, le pareció. Todos esos cadáveres, sin excepción, yacían en el suelo como muñecos caídos con las bocas abiertas y los brazos extendidos. ¡Quién reconocería en ellos a los seres vivientes de ayer! Algunas partes protuberantes de esos cuerpos, como las espaldas y los pechos, iluminados por vagos resplandores, hacían que el resto pareciese más sombrío. Estaban como coagulados en un mutismo implacable.
Rashomon (1915); de Ryunosuke Akutagawa


 El libro de Plis-Steremberg: Monte Chingolo. Planeta, 2003 ISBN 950-49-1139-0, fue la principal fuente de este resumen, complementado con entrevistas al combatiente ‘Darío’ y otras que se señalan en cada caso.



[U1]Testimonio de su hermano en entrevista con Alberto Moya. Roberto Marcial Olano desapareció hacia febrero de 1976.
[U2]Entrevista con Moya en 2002.
[U3]"Venía de trabajar cuando me encontré con el quilombo". Entrevista con Moya.
[U4]Entrevista de Moya con Romero, de Varela, en un acto político en Berazategui.
[U5]Dato aportado por Estevao a Moya.
[U6]Entrevista de Siniscalchi con Moya en la Dirección de Prensa de Berazategui.
[U7]Su pertenencia a la revista de la extrema derecha peronista fue confirmada ante Moya por miembros de la Redacción.
[U8]Diario El Sol.
[U9]Diario El Sol.
[U10]En entrevista con Moya.
[U11]Del libro de Plis Steremberg: Monte Chingolo. Planeta, 2003 ISBN 950-49-1139-0
[U12]Es un comentario instalado que se trataba de la hija del radical Juan Greco, ex intendente electo en Berazategui, aunque varias fuentes lo desmintieron.
[U13]Entrevista con Moya, en el entonces bar "La Cibeles", de Quilmes.
[U14]Dato aportado en el acto frente al batallón en el aniversario de 2008 y charla posterior con Moya.
[U15]Relato de la periodista ante Moya.
[U16]El Sol.